Aspecto intelectual y aspecto humanístico en la vida del hombre. Espejismos
José Tarrazó:
—Muy buenas noches, queridos radioyentes. Contamos hoy con la colaboración de V. C., un hombre polifacético metido dentro del mundo de la enseñanza y del arte. Y de C. S., profesora. Están para hablarnos sobre la temática del aspecto intelectual y el aspecto humanístico en la formación y en la vida de los seres humanos.
»V. C., usted que es experto en estas cosas, ¿qué nos puede decir al respecto?
V. C.:
—Bueno, experto..., pero bueno, tengo algunas vivencias de alguna manera, y en algún sentido puedo expresarme en cuanto que el aspecto intelectual y el aspecto humanístico pues, evidentemente, difieren uno del otro. El aspecto intelectual comporta simplemente la pura admisión de conocimientos, su exposición, administración y ordenación, el recurso de la memoria, así como la investigación y el conocimiento científico en todos los aspectos. Todo esto tiene matices de intelectualidad. Pero hay otro aspecto que no debemos de olvidar, que es el humanístico. El aspecto humanístico para mí es todavía más importante que el puramente intelectual. Uno y otro se complementan, porque evidentemente el conocimiento de la investigación de los elementos que componen todo el universo, todas las formas y mecanismos que actúan para poder alcanzar la sabiduría. Pero esta no es simplemente el almacenamiento de conocimientos, sino que la auténtica sabiduría se da cuando comporta ese matiz humanístico, cuando va acompañada de ese aspecto humanístico, cuando nos acercamos más al aspecto amor, que es el comportamiento que debe tener el ser humano en cuanto al Todo, a la síntesis del universo.
»Evidentemente, en el aspecto humanístico está englobada esa síntesis, es decir, es un aspecto muy importante a tener en cuenta, puesto que la atención, precisamente en la actuación atenta de las personas, está esa parte de luz que complementa al aspecto intelectual, en una actuación más correcta, más ligada a lo que es la vida del propio ser humano.
José Tarrazó:
—A mí me gustaría diferenciar entre estas personas intelectuales, academicistas, que tienen una serie de datos que se han fotocopiado en sus mentes, de entre aquellas personas sencillas que tenemos, por ejemplo, en el mundo de los trabajadores, cada uno en su especialidad, en el mundo de los labradores..., de cualquier persona que son verdaderos estudiosos de todos aquellos detalles que existen a su alrededor, y que, sin tener esos conocimientos intelectuales, a veces nos dan enormes lecciones a las personas que, de una u otra manera, han estado dentro de ese mundo intelectual.
»Recuerdo aquella frase que le dijo el barquero al filósofo mientras este le estaba dando una gran lección al barquero. Y cuando vino la tempestad resulta que el barquero le pregunta al filósofo si sabía nadar y este le dijo que no. A lo que el barquero contestó: “Pues usted se va a ahogar”.
»Es decir, tenemos que compaginar este mundo de dualidad entre la intelectualidad, que nos es necesaria, por supuesto, y el humanismo. Hay un gran núcleo de cosas en las cuales todos, absolutamente todos, cuando prestamos una determinada atención, estamos en esta escuela integral de la vida.
José Tarrazó:
—Amplíenos, usted, como quiera, esta situación.
C. S.:
—Es un tema muy interesante, muchísimo. Porque estamos en un momento en que podríamos sintetizarlo como que el humanista es el elemento evidentemente práctico de la vida, observador, cumplidor del deber que tiene por delante de una forma desinteresada, utilizando lo mejor que sabe sus instrumentos, que Dios le ha concedido en ese papel, y entonces puede llegar a expresar su verdadero interior. Entonces llega a una síntesis profunda, mucho más amplia con respecto a la que puede llegar cualquier intelectual, por ese espejismo tan grande. Uno de los muchos que se pueden presentar, como el orgullo, la soberbia, el creerse uno el dios del saber de la intelectualidad… Y luego realmente, como en ese adagio tan hermoso que nos has contado, realmente es tan poco práctico, tan poco útil, que, cuando llega la tormenta, se ahoga. Es algo tan sencillo como eso.
»Y entonces, esa persona que está utilizando el sentido práctico y útil de la vida, amando su trabajo, el que tenga, tanto labrar un surco, ser fontanero, como el ama de casa, que puede estar fregando un plato con toda su atención y haciéndolo lo más perfecto que pueda, avanza, a mi modo de ver, mucho más, como una flecha, mucho más directa al corazón que cualquier otro ser humano que se entretenga en otras cosas.
José Tarrazó:
—Creo que es un diálogo interesantísimo, y que nuestros queridos radioyentes podrán apreciar en síntesis todo esto que se está aquí desglosando a través de estas conversaciones filosóficas.
»Yo, en este momento me viene, como persona del pueblo llano, que este pueblo llano en muchas ocasiones tiene una fuente inconmensurable de sabiduría, que a veces la filosofía de grandes filósofos, griegos o de otras culturas, están repitiendo continuamente esta filosofía sin darnos cuenta. Es decir, que no habría de haber esa separación entre el mundo intelectual y el mundo llano del pueblo. Que esa filosofía y esas vivencias, que son esa fuente de riqueza, se pudieran compaginar sin que hubiera una discriminación.
V. C.:
—Usted, que también es un gran humanista y un hombre de pueblo, quiero que nos amplíe esta situación que yo he expresado. Pues evidentemente muchas veces la sabiduría popular tiene, quizás, más profundidad, es más filosófica que las propias sabidurías de los intelectuales.
»Como bien ha dicho J. T., creo que hay mucho de fondo en esta observación de que el pueblo llano es capaz de generar una sabiduría natural, una sabiduría que la propicia la propia vida, la propia actuación del ser humano ante las situaciones. Esa sabiduría es a veces tan profunda que puede, incluso, ser de tanta utilidad en ocasiones que manifiesta que no siempre el intelectual es capaz de dominar todas las situaciones, pues hay que ser muy humilde y reconocer las propias limitaciones, y aquí entran también los espejismos de la intelectualidad, porque tienen su techo.
José Tarrazó:
—Por lo tanto, rompemos de una u otra manera, a través de estos diálogos, estos espejismos, y que ustedes a través de sus receptores podrán apreciar de que no existe tanta distancia entre el mundo intelectual y el mundo humanístico. Entre esos dos mundos se crean a veces grandes barreras o muros de separación, y nos somos necesarios los unos a los otros para que, dentro de esta gran visión global de los problemas de la humanidad, de los problemas planetarios, podamos intercambiar esas energías que se relacionan entre estos dos mundos.
»Yo creo que C. S. nos podrá también ampliar, como lo ha estado haciéndolo hasta ahora muy acertadamente, esta situación de romper estos espejismos.
C. S.:
—Pues yo diría que es una situación de la que adolece la mayoría de los seres humanos. Por ejemplo, en el caso de los padres —en este caso yo como madre—, deberíamos alentar a nuestros hijos en el camino de ser consecuente con uno mismo, con el propio corazón, y no hay nada más hermoso y que no equilibre más al ser humano que poder hacer aquello para lo que sientes una inclinación, una vocación. Entonces, lo realizas, sea el trabajo que sea, con ilusión, con vocación, con dedicación. Y es muy creativo, más creativo que si es algo forzado, y desde luego más creativo que una cosa meramente intelectual, más que repetir unos datos que ya se han tratado anteriormente. Y es una cosa que todas las madres, las amas de casa y las familias deberíamos tomar conciencia, porque nuestros hijos son, al fin y al cabo, el futuro, los próximos adultos. Y cada generación tiene que mejorar su entorno y dar un salto en la humanidad.
»Entonces, valorar lo realmente importante, que es convertirnos en un ser humano equilibrado, lo más perfecto posible. No hablamos de perfecciones externas y muy aparentes, sino todo lo contrario: de algo interno y profundo.
José Tarrazó:
—Es decir, que, dentro de esa racionalidad, me gustaría que V. C. contestara a esta pregunta: ¿filosofía o vivencia cotidiana? Es decir, dentro de la escuela de la filosofía y dentro de la escuela integral de la vida.
V. C.:
—Bueno, yo me imagino que la escuela integral de la vida nos muestra un tipo de filosofía que a veces es más práctica, y en ocasiones yo diría que más profunda, porque evidentemente la vida nos muestra situaciones que nos dan pie para pensar, para profundizar en nuestros hechos. La filosofía adquirida a través de los estudios, de las investigaciones de los autores, de los filósofos, pues nos dan una visión, digamos, con una capacidad de poder dilucidar las opiniones de estos autores, que, con todos mis respetos, tienen su alcance y su nivel. Pero evidentemente esta otra filosofía tiene su repercusión ante la vida y tiene un radio de acción y una profundidad que puede ser muy válida a cualquier nivel.
»Entonces, el intelectual que tiende a filosofar puede caer en el espejismo de ser orgulloso de los conocimientos adquiridos, de ser soberbio, que es una situación en la que suelen caer los intelectuales. La humildad nos daría una visión de un ser humano con una formación armónica, es decir, en armonía de todos estos desarrollos de la mente, las emociones y el cuerpo físico, en armonía de estos tres cuerpos que componen los aspectos del ser humano. En la armonía de ese desarrollo, trataríamos de ver a un ser humano completo, porque si se dispara el desequilibrio entre estos tres aspectos, podemos caer en el egoísmo, el orgullo, la soberbia y la ostentación, porque evidentemente cuando uno cree saber mucho, hace alarde de esa sabiduría. Y esta situación no es frecuente que suceda en la filosofía que se hace en el pueblo, es decir, en esta filosofía de la vida.
José Tarrazó:
—Muy interesante. Me viene a la imaginación una situación, y es cómo se dilucidaría entre la inteligencia o la intuición. Es una temática que creo que en el mundo intelectual se mide más las cosas de una manera matemática, a eso le llamaríamos inteligencia, mientras que la intuición es aquello que fluye en un momento determinado. Incluso los mismos investigadores, los mismos científicos, en muchas ocasiones descubren, hacen descubrimientos, por supuesto trabajando, porque para autorrealizarse, para ser útil a la humanidad se tiene que trabajar, tienen que ser incansables trabajando en el campo que se desarrollen, pero creo que la intuición es algo… es esa chispa de luz que viene a los seres humanos y que a través de ahí tenemos esos grandes investigadores, esos grandes hombres, que más que investigadores diría yo que son creadores, son como verdaderos señores iluminados que están haciendo un gran bien a la humanidad.
C. S.:
—Sí, así es, ciertamente. En realidad, lo que tenemos que ser es conscientes de que, en la vida, en la misma vida que se expresa a través de nosotros, somos, en su forma de expresión. Y lo que estamos haciendo es tratar de avanzar, de poner cada cual su grano de arena para producir poco a poco esa evolución que tiene que producirse. Y los investigadores, precisamente, aunque sean en cierto modo intelectuales, cuando están trabajando con atención, con una dedicación importante, de toda su vida encauzada por ello, y de una forma sencilla, sin ningún tipo de ostentaciones, sin ningún tipo de espejismos… cuando están tratando con tanto amor el tema que tienen delante, llega el momento ese de la intuición, de la acción, esa iluminación profunda que de repente es una convicción interna de que eso es así. Entonces es una forma de avanzar y de producir que la humanidad vayamos en conjunto, avanzando hasta ese punto al que tenemos que llegar de perfección.
José Tarrazó:
—Esta noche nos ha tocado hablar del mundo intelectual, del mundo creativo en todo su conjunto, y con esto no hacemos en absoluto ninguna discriminación de los intelectuales, ni de los pensadores, en absoluto, sencillamente hemos querido plasmar una serie de ideas no muy comunes a través de los medios de comunicación, y es el romper esos espejismos y tener respeto unos con otros. Es decir, los que son sabios en el mundo llano, en el mundo del trabajo, y aquellos que por sus estudios y por su capacidad intelectual están ahí. Es decir, que todos, como he dicho antes, somos necesarios para desarrollarnos dentro de este mundo de dualidad, en el cual hacen falta todos los elementos para ver un conjunto, tener una visión global de todas las cosas que acontecen a través de este universo en el cual estamos viviendo.
»A mí me gustaría que V. C. nos contestara en cuanto al dominio que existe a veces en los enseñantes o en los intelectuales con respecto a las personas enseñadas.
V. C.:
—Evidentemente, en las manos de los enseñantes tenemos una gran responsabilidad, y es la de proyectar no solo los conocimientos, sino la educación. Y esto comporta una actitud hacia los alumnos, hacia los discípulos, que no se limita solamente a esa mera transmisión de conocimientos. Evidentemente la actitud de cada uno de los enseñantes debe de reflejar la esencia de esa persona, es decir, lo mejor, lo más positivo de esa persona, y proyectar de manera fehaciente esa actitud ante la vida, que es la que a fin de cuentas debemos transmitir a la hora de enseñar, a la hora de educar a los alumnos.
»Naturalmente hay diversas edades, y en cada edad se requiere un tipo de enfoque en la educación, estoy hablando en términos generales, pero evidentemente es cierto que esa profundización, esa proyección de eso que llevamos dentro, se manifiesta a través de las enseñanzas que estamos impartiendo, que, además de conocimientos, repito, debemos manifestar ese aspecto positivo. Es una actitud que la mayoría de los enseñantes la están realizando, aunque, como en todos los sitios, también habrá sus pequeñas porciones negativas, pero que, en la mayoría de los casos, esa actitud profunda se transmite.
José Tarrazó:
—Creo que después de estas exposiciones, tanto por parte de V. C. como por C. S., los queridos radioyentes habrán podido hacer apreciaciones que no son comunes, como he dicho antes, pero que tienen una gran importancia. Creo que lo que hay que buscar es ese equilibrio, esa justeza, para que el mundo de los seres humanos sea un mundo con más unidad, con más visión de futuro. Y creo que los enseñantes, los profesores, los catedráticos y los intelectuales están viendo lo que es necesario que ese mundo. Exhibir una cátedra, o de subirse encima de una cátedra, no sea ya un problema, sino que se vaya proyectando a través del tiempo y del espacio, esta escuela integral donde el diálogo entre los profesores y los alumnos, entre la sociedad en la cual estamos conviviendo, y entre el pueblo llano pueda ser más asequible.
»Creo que gracias a los medios de comunicación podemos expresar, y hay muchas personas que se están expresando a través de esta misma línea que lo estamos haciendo nosotros, hay un acercamiento humanístico mejor, y creo que a través de este tiempo venidero habrá una necesidad imperiosa para que tanto los unos como los otros creen ese clima de estabilidad.
»A mí me gustaría que V. C. terminara como él quiera esta emisión, la cual ha sido, creo, bastante interesante por el diálogo y las conversaciones que hemos tenido.
V. C.:
—Bien, pues yo diría sencillamente que todas las personas, tengan una formación intelectual o no la tengan, hay un comportamiento ante la vida, hay una actitud que debe de pesar sobre todo lo demás, y que debe estar presidida por el amor, el AMOR escrito con mayúsculas, el amor que nos lleva a la síntesis, a la intuición. Si nosotros hacemos uso de ese aspecto intuitivo que poseemos todos en mayor o en menor grado, nos llevará a un correcto comportamiento ante la vida, sea en el campo intelectual o sea en cualquier campo. Y, evidentemente, este es un mensaje que quiero dejar patente para todas aquellas personas de buena voluntad y quieran hacer un bien por la humanidad.
José Tarrazó:
—Pues después de este broche de oro de nuestro querido catedrático V. C., creo que ya debemos despedirnos de todos ustedes y, como siempre, emplazarles de nuevo con una nueva temática, con unos nuevos colaboradores, con unas personas que altruistamente vienen a realizar estos programas.
»Muy buenas noches y hasta la semana que viene si Dios quiere.
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