Respeto para todos

Nos hallamos en pleno verano y comienzan las fiestas en estas tierras levantinas. Pueblos y ciudades explotan los eventos festivos por doquier, en honor a no importa que santo, Virgen o al Cristo se conmemoran las determinadas fiestas patronales. 

Como en todas las cosas, las fiestas tienen dos partes, una consiste en las bacanales que ya se realizaban en Grecia o en Roma; otra parte la que festejan los creyentes y los festeros moderados que saben compaginar con tolerancia y respeto todos los actos y a los ciudadanos. No nos cabe la menor duda de quienes llevados por la euforia atropellan a los que no participan del jolgorio y de la adrenalina de quienes, para su mirada, las fiestas son el súmmum anual del desfogue, tras tantas cosas reprimidas durante todo el año. Pero las fiestas en su origen, como tales se celebraban en cada estación del año, en sus países de origen conmemoraban sus costumbres y divinidades; entonces no había santos, ni el Cristo había nacido aún; pero alguien insertó lo pagano y lo religioso, y en ese momento se creó la fusión de ambos conceptos en la fiesta que ahora conocemos.

En nuestra ciudad, en agosto, vivimos las fiestas que son de moros y cristianos. Historiadores de antes y de ahora han secuenciado históricamente todos los eventos festeros, las luchas intestinas entre comparsas, que como seres humanos han protagonizado entre ambos bandos, cosa natural de rivalidades humanas.

¿Tan difícil es pedir respeto para todos? En muchas ocasiones los festeros, cuando se exceden por su euforia y alguna persona les sugiere que lo que están haciendo no está bien, suelen responder ¡estamos en fiestas! Un hecho concreto se da en el día de la bajada del Cristo, los trabucos que disparan a los árboles. Otra cuestión es la contaminación acústica, penalizada, pero nadie pone cuota a este desmán tan dañino y molesto. Pero no todo es negativo en la fiesta, las bandas de música van soltando las notas musicales que como mariposas invaden el cielo de sonoridades coloreadas que alegran a cuantos con su sensibilidad saben apreciar las distintas interpretaciones, bien sean marchas moras o pasodobles, y no digamos el desfile de las bandas donde casi siempre alguna estrena una pieza nueva. ¿Qué sería de la fiesta sin la música? Otro concepto de fervor es el de aquellos que con impoluta devoción esperan la bajada del Morenet desde la ermita de Santa Ana.

Los callados observadores de las fiestas sólo piden respeto, pues el espacio de nuestra ciudad debiera ser de bienvenida a cuantos nos visitan, y como somos hospitalarios nos debemos a cuantos tienen la deferencia de visitarnos, ofreciéndoles nuestros mejores manjares, embutidos, carnes y excelentes vinos. 

Si nuestras fiestas son de regocijo, de tolerancia y acogida, el rendimiento económico será cada día mejor y la marca Ontinyent viajará por muchas partes del mundo, dando un crecimiento expansivo favorable en el turismo. La comisión de fiestas debiera plantearse todo lo que tienen de positivo las fiestas, como lo que hay de negativo, y ver que todo no es de color de rosa; pues donde hay luces hay sombras, y es bueno para todos ver las cosas con imparcialidad y no bajo la visión de los festeros. ¿Qué sería de las fiestas sin la participación de los ciudadanos? Cada uno tenemos una misión; la mía, como escritor, espoleando con una crítica constructiva y desapasionada, respetando a quienes con su entusiasmo trabajan para salir a las fiestas. Nada más hermoso que ser tolerante, juicioso, dejando vivir y que los demás lo sean a la recíproca. Fiestas sí, pero con orden y alegría…

23.7.2011. J.T.D.  

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