Procura ser amigo de todos

Esta fábula es tan cierta como real y de todas las fábulas podemos aprender lo práctico en nuestras vidas. 

Entre el Laurel y la Olivera; entre el Naranjo y la Palmera, ¡nació acaso una Higuera! Pasó el verano y entró el rigor del invierno, y conservando los cuatro árboles el verdor de sus hojas, y quedando desnuda la higuera de sus hojas. Y la higuera que ambiciosa mirando a los otros árboles con un semblante ceñudo les propuso esta queja: ¿por qué y para qué conserváis siempre el verdor de vuestras hojas? ¿Por ventura os complacéis de una apariencia sombría; ¿y os lisonjeáis de la corteza, despreciando el corazón y su sustancia? Quebró la espina punzante de su palabra; y hablando solamente de la verdad, respondió el Laurel primero: mi complexión en natural muy fogosa, y no da lugar a la frialdad, y por eso vive en mí la verde hoja. Habló luego la Olivera, y dijo: en mi sobresale siempre una unción mantecosa, sabrosa, soy Oro de los campos, mil remedios es mi aceite y con él nos deleitamos, mi piel rugosa y por esa causa mantengo las hojas. Después habló el Naranjo y dijo: mi flor blanca e impoluta, de perfumes la más preciada, por las Abejas codiciada, nunca me falta el constante verdor. Añadió la Palmera: de dulces dátiles doy el placer, en ágapes mil, doy sombra en el desierto y con ello el concierto y del sombrero acierto, de mis hojas verdes el blancor para lucirlo mejor. Por último habló el Laurel por todos: no habéis oído, porque el ser sabio nunca pierde la hermosura y la tenacidad de su buen nombre, estos seres conservan su vigor, la claridad de su prudencia, la modestia, la constancia y la moderación…

Con estas cuatro virtudes, que son cuatro áncoras podemos amarrar nuestro navío al puerto de la sabiduría. 

Quienes al escribir y hacer comentarios desproporcionados, solo enseñan las púas como lo hace el Erizo demostrando su acritud, su altanería y sus pocos recursos de bondad y de tolerancia. Todos debiéramos ponernos delante de un espejo y éste no deja de ser una radiografía de lo que uno es en el exterior y en su interior; y como dijo un gran pensador griego, la mejor terapia para que nos conozcamos es la escritura y a continuación nuestras obras, de éstas se deduce el pensamiento, el comportamiento y la trayectoria de los individuos. 

No son los diplomas ni las carreras académicas las que forjan al ser humano, más bien son las actitudes y sus bondades…

«No nos preocupemos por el conocimiento de los demás; preocúpate por tu propia carencia de buenas actitudes». (De la sabiduría de Confucio)

24 de enero de 2007. J.T.D.     

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