No nos olvidemos de nuestras raíces

Todos los pueblos y ciudades tienen su historia y el nuestro no es una excepción. Las personas se han asentado en un territorio y han conformado una aldea, o sea un núcleo de casas y allí han desarrollado su modo de vivir y estar. Desde tiempos inmemoriales, los seres humanos consideran mejor estar juntos que diseminados, la compañía entre los individuos es necesaria, es buena, positiva y conveniente. Pero a lo que voy, en nuestra ciudad veo pocos monumentos que nos recuerden ese principio de nuestras raíces. Al campesino con su burrita, pues no olvidemos que Ontinyent fue y es un pueblo campesino hasta no hace muchos años, y como es natural en las laderas del río Clariano habían molinos harineros, que con su molienda abastecían las necesidades de la población. 

Qué suerte de tener un río con sus aguas claras y cristalinas que movían las muelas que hacían la harina para abastecer de pan a los ciudadanos de su necesidad vital, ese pan que sacia el hambre de todas las personas. Por otra parte, no encuentro en toda la ciudad ningún monumento a las personas que con su esfuerzo anclaron sus raíces en esta población, ¿tan poco valen estas personas que con su esfuerzo cuidaron y se sacrificaron por darle impulso a nuestra ciudad? No todo es la cruz y la media luna. Creo que valdría la pena recordar a quienes fundaron a Ontinyent y lo que es, solemos encontrar en pueblos pequeños monumentos a personas de gran valía; en nuestra ciudad también las tenemos, como lo son D. Antonio Llora Tortosa; Carlet, el pintor; el filósofo D. Modesto Martínez Casanova, y otros muchos. ¿De dónde venimos? Esta es la pregunta clave. El Cosmos está lleno de polvo de las estrellas, ¿acaso no seremos un átomo de ese firmamento? Nuestras raíces se pierden en el tiempo y espacio, pero ¿qué más nos dan nuestras raíces, o nuestro abolengo, si durante nuestro tiempo en el paso por la Tierra somos unos mediocres apocados? Si nuestra indiferencia es una marca que como etiqueta la llevamos a la vista y vendemos nuestras cosas a precios de rebaja, nuestras raíces dejan de serlo y no dejan de ser una mercancía de muy poco valor. Las raíces de cada persona se asientan en la ética del bien hacer, la generosidad, la sencillez, la humildad, el servicio continuado…

Cuando encontramos personas transparentes y llenas de bondades, hemos hallado un tesoro en medio de tanto fango, pero también de personas mentirosas que ensucian el ambiente y contaminan todo aquello que está a su alrededor; la fórmula más sencilla y eficaz es la magia de las cosas sencillas, y no las teorías que se alejan de las realidades cotidianas. Yo me pregunto, ¿por qué tantas teorías que justifiquen o nos escondan en la vida real lo que no somos? “Para eso se necesita algo más que una casual coincidencia que viene de fuera; se necesita una voluntad común nacida desde el interior de la persona, aunque su voluntad se limite a unos mínimos elementos compartidos”. (Adela Cortina) Es necesario que creemos una sociedad con raíces nuevas, para que las sociedades futuras se liberen del óxido que nos han implantado ciertas personas que también tienen que morir y dejarse todo aquello que es puro materialismo; todas las personas somos dos mitades, una materia y la otra espíritu, y esta es la composición de todos los humanos, creamos o no en alguna religión, la vida va más allá de no importa qué creencia. En el terreno de la felicidad tiene sentido que las raíces que todos llevamos desde antes de nacer estén bien regadas de ética, de sencillez, de alegría y de buenos propósitos, ¿pero no estamos conformes con nada de lo que tenemos? Exigimos más de lo que damos, queremos estar por encima de los demás. Somos arrogantes, soberbios, hablamos en demasía, no practicamos el silencio, ni escuchamos a los demás; siempre queremos tener razón, pero la humildad es el ingrediente que más necesitamos, este es el alimento que acompaña al Alma. 

22.2.20. J.T.D.                         

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