La conquista de la vida

La felicidad pública es lo que me preocupa; por ella trabajaré cuanto pueda de muy buena voluntad y disputaré por afortunados a los que en esta empresa adelanten” (Luis Vives)

Todos los seres humanos deseamos conquistar la vida, crecer, medrar, tener buenas posesiones económicas, un bienestar social repleto de asistencias del ciudadano, que no nos falte de nada; todo esto son deberes del estado de bienestar. ¿Pero aún así no andaremos cojos? ¡Exigimos constantemente! ¿Acaso habremos olvidado algo tan fundamental como determinados valores, el respeto hacia nuestros semejantes, la ética de la convivencia, la moral cívica y otros valores fundamentales inherentes al individuo?

La sociedad moderna hemos cometido el error de desobedecer la ley de ascensión del espíritu, y lo hemos reducido a la inteligencia; y ésta no es suficiente si carecemos de un fondo de solidaridad y buena convivencia respetuosa. Pero si los individuos ignoramos las demás actividades del espíritu, que sólo se expresan por la acción, como son las artes, la plegaria; el sentido moral, el carácter apacible, el sentido de lo bello, la contemplación de la madre naturaleza en su vasto horizonte; la conquista de la vida no es posible, pues carece de su esencia y no debemos olvidar que los seres humanos somos una simbiosis de materia y de energías sutiles, llamémoslas como queramos…

La atrofia moral-ética trae sobre nosotros calamidades más irreparables que entumecen al intelecto, ahogan el desenvolvimiento integral del individuo, constriñendo nuestro natural progreso el cual no nos deja que despleguemos las alas para conquistar la vida con alegría.

No es suficiente ocuparse de la conservación y de la propagación de la vida, las leyes que rigen en el reino vegetal y animal que suelen ser cíclicas se desenvuelven con tal naturalidad que ellas se bastan por sí mismas creando la conquista de la vida con sublime belleza y hermosura. ¿Por qué los individuos nos hacemos una constante fricción y nos alejamos cada día más de la naturaleza, siempre viva y radiante? ¡No será acaso que la sociedad contemporánea ha perdido el sentido de lo sagrado y éste ha sido relegado a un último plano, hasta llegar a atrofiarse! 

Ya hemos empezado a gustar de las amargas consecuencias de este nefasto trueque de valores de la era atómica en las bombas de hidrógeno, que tanto daño causan al conjunto de los seres humanos, de la naturaleza en todos sus reinos; convulsionando todo el sistema Planetario, contaminando por doquier, propulsando nuevas enfermedades, creando angustia, dolor y muerte. Debiéramos dedicar más tiempo al desarrollo del sentido de lo bello, que es el valor supremo de la escala jerárquica de los valores, a fin de prepararnos para la conquista del porvenir. Cuando los artistas o creadores, metidos en sus faenas de expresión contemplan su trabajo bien hecho, yo diría que han parido un hijo, una parte de sí mismos. Han dejado una impronta profunda de su espíritu, de su estética, de su visión más profunda, de su sutileza espiritual, de su empeño y han conquistado una parcela de la vida, por eso son creadores.

La belleza moral es mucho más hermosa que la corporal, la artística y la de la naturaleza: no hay nada en el mundo que se pueda comparar con la excelencia moral: ni la riqueza, ni la ciencia, ni el placer, ni la fama. Algunos presumen de títulos, de dinero, pero su catadura moral-ética es nula, están deshumanizados, estos individuos sólo conquistan un mundo de banalidades, de fobias; llevan un estigma que los delata. “La suprema obra de arte es la vida misma en la medida en que se halla transfigurada por el espíritu”. (Conde Keyser) 

Cada acto de la existencia, por muy insignificante que sea tiene su influencia en la formación del carácter. Un buen carácter es más precioso que todas las posesiones del mundo y la obra de su formación es la más noble a la que puedan dedicarse los seres humanos. La perfección del carácter debe ser el propósito de nuestra vida.

Las palabras son vida: las palabras pueden matar y pueden sanar. “La muerte y la vida están en poder de la lengua”. (Confucio). Hemos de cuidar nuestras palabras, pues ellas son como lanzas hirientes, o bien estas palabras son reconfortantes como el más exquisito néctar. De ellas podemos deducir muchas cosas, en realidad las palabras son una exposición de nuestro interior, de nuestro estado de ánimo, del espíritu, de la delicadeza en que tratamos a nuestros semejantes: que nuestras palabras sean siempre limpias, vivificadoras, transparentes y nunca malévolas, henchidas del máximo respeto, llenas de belleza de acorde al pensamiento profundo pero al mismo tiempo sencillo…

J.T.D.

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