El pecado de la indiferencia

¿Qué está pasando en nuestra sociedad? ¡Acaso la diarrea mental nos hace insensibles ante no importa qué problema! “Un pecado es aquel que ama al mal” (Bernardette Soubirous). La soberbia, el orgullo, la prepotencia son productos de la ignorancia instalados en las determinadas castas que dominan a una parte de la sociedad; estas personas creen tener derecho a todas las cosas, dejando en la cuneta a quienes no comulgan con sus ideas o manera de hacer.

La indiferencia es la acción que cometemos con frecuencia en nuestros semejantes, ésta es más fuerte que el odio; la indiferencia o humillación penetra como el veneno mortal que anula a los individuos, y si lo pensamos bien, es como la carcoma de la envidia creando desconfianza y apatía entre las personas; creando separatividad…

¿Nos da igual todo ante cualquier problema? Esto es producto de la indiferencia, del pasotismo que se ha instalado en una sociedad que ha perdido el norte y su consecuencia es el egoísmo, el individualismo; pero creo sinceramente que ciertas actitudes tan poco pedagógicas distorsionan a esta sociedad en estado de descomposición en el valor del respeto y la dignidad de los seres humanos.

¿Podemos mejorar nuestra condición? Esto es posible cuando desterremos la indiferencia como pecado o culpas de ofensividad con un pensamiento nuevo, acompañados de acciones y actitudes centradas en la ética de una educación diferente a la que hasta ahora nos han acuñado, que se basa solamente en una rentabilidad económica; pero todos los individuos somos transcendentes, tocados de valores espirituales y biológicos; ambas cuestiones van ingénitas a nuestra condición de seres pensantes. 

El orgullo engendra al tirano. El orgullo, cuando inútilmente ha llegado a acumular imprudencias y excesos, remontándose sobre el más alto pináculo se precipita a un abismo de males del que no hay posible salida. Esto ocurre con mucha frecuencia en algunos individuos que, henchidos de intolerancia y poder del orden que sea, manejan los destinos de los pueblos y las naciones, sometiendo a los ciudadanos a ser simples números, que son los que pagan las malas praxis de los determinados sistemas establecidos que no escuchan las voces de la ciudadanía lacerada…

La sociedad actual no puede seguir arrastrando el pecado de la indiferencia, del caos de la globalización que hace más ricos a los que ya lo son y más pobres a tres cuartas partes de la sociedad, que está viviendo de la generosidad de quienes tienen conciencia del desastre y no son huraños malandrines que sólo piensan en sí mismos.

Los humanos tenemos una doble moral, la que practica pero no predica, y la otra que predica pero no practica. Este es el caso de aquellos que sólo hacen promesas que nunca cumplirán, vendiendo humo vacío de contenido envuelto en el espejismo de la ignorancia que a muchos fanáticos hace caer en sus fauces.

La naturaleza nos ha hecho a los hombres felices y buenos, pero la sociedad depravada está haciendo miserables; nos hemos contaminado con determinadas estructuras falsificadas, pensadas para arrebatarnos el don más preciado que es la felicidad. “En todos los tiempos, en todas las culturas ha sido constante el anhelo del ser humano por alcanzar la felicidad. Todos aspiramos a la felicidad y la buscamos de mil maneras. ¿Lograremos encontrarla? (Aranguren).

10.6.2011. J.T.D

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