¿Cuántos van en pos de la felicidad?

La felicidad es para aquellos pocos seres que saben encontrarla donde se halla, que es en el deber, en los afectos de la familia y de la amistad, en el conjunto de toda la sociedad y naturaleza.

“La felicidad de la vida consiste en tener algo que hacer, algo que amar y dar. Para poseer dicha felicidad tenemos que ser hombres de bien sin esperar nada a cambio”. (Aristóteles)

El objetivo de todo ser humano debiera de ser la investigación de sí mismo, para poder averiguar sus propias debilidades, virtudes y defectos. Una vez analizados y desnudados de todos los perjuicios que nos condicionan de no importa qué, poder rectificar nuestra manera de ser y estar...

Si empezamos a mirarnos e identificarnos como seres humanos en el conjunto de toda la sociedad y de la naturaleza, veremos que nos encontramos en nuestra hábitat y en el estado natural, como individuos y almas. Por el contrario, nos dejamos llevar como una pequeña embarcación en un gran océano; las olas del mismo nos llevarán a su antojo, no siendo dueños de sí mismos.

Todos llevamos consigo nuestras pequeñeces, pasiones, nuestra carga emocional, con tantos perjuicios que nos angustian y nos privan de la felicidad. Las sin razones que hacen que cada día la carga se haga insoportable y dolorosa; de ahí que vivamos a merced de esa cárcel tan punzante, la cual está en cada uno de nosotros y no podamos transferir a nadie: somos la cárcel y el encarcelado...

Me pregunto: ¿cuál es el propósito del ser humano como tal? ¡No será el que cada día crezca la felicidad y se desarrolle, como lo hacen las semillas! ¿Sería posible que esta felicidad se extendiese e impregnara a los que se hallan en nuestro entorno, con simpatía y sencillez?

Dice Diderot: “buscad la felicidad haciendo el bien, teniendo siempre presente que no hay más que una sola virtud: la justicia; y un solo deber, hacerse feliz”. Nuestra felicidad depende, en suma, de nuestra libertad interior, y solemos buscar la felicidad fuera de nosotros mismos, no está la felicidad en vivir, sino en saber vivir...

La felicidad no la podemos poseer si no somos amorosos, cariñosos, dulces y atentos, la felicidad está exenta de egoísmos, de recelos; ésta es compasiva, es paciente, no es impositiva ni pedante, más bien de la generosidad espontánea, comunicativa, transparente, radiante y cristalina, es feliz, perfumada, es práctica como la madre naturaleza y no teórica.

Son muchos los seres que corren detrás de la felicidad, pero no la pueden alcanzar, sus mentes están llenas de espejismos, sus pies no están pisando la realidad del cotidiano vivir, esperan de los demás lo que ellos no dan a otros, están prestos a recibir, pero no a dar amor y cariño. 

Con frecuencia confundimos los términos de felicidad con el de emociones, sensaciones espectaculares, con halagos y regalos y otras baratijas de la condición humana que son pasajeras y engañosas. Pero la felicidad está tan anclada en el corazón de aquellos individuos, que a pesar de las distintas penurias y desengaños, siguen cultivando el gran tesoro de la felicidad, tan sencillo como práctico. 

En nuestros días existe hambre de felicidad, rufianes que se aprovechan vendiendo toda clase de potingues, prometiendo la felicidad, el maná inexistente: perfumes, consejos, adivinaciones y elixires milagrosos. Pero la felicidad se halla anclada en el corazón sencillo y amoroso, con el trabajo coherente, con el esfuerzo y el cumplimiento de una vida radiante y luminosa, como el agua nacida del manantial transparente y alegre que hace que crezca la felicidad por donde pasa.

13 de julio de 2013. J.T.D.

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