Dios y la naturaleza

Se puede creer en Dios, o no, pero la Madre Naturaleza está presente en todas las cosas, y los seres humanos formamos el conjunto de una parte de los seres vivos que lo ocupamos y nos servimos de esa Naturaleza Divina. No se trata de ninguna religión, más bien de un estado natural que nos proporciona la vida en su conjunto cósmico que va más allá del pensamiento humano, ese misterio al que no llegamos a comprender, pero que está presente desde hace billones de años. “Salía yo de un sueño cuando Dios pasó de todo cerca de: me llené de asombro. He rastreado las huellas de su acción en las criaturas, y en todas partes, en las más ínfimas y más cercanas a la nada, ¡qué poder, qué sabiduría y qué cercanía, qué insondables perfecciones he encontrado!” (A Dios por la ciencia, P. Jesús Simón) Las personas respiramos Naturaleza desde que nacemos, somos los que gozamos de ese inmenso jardín planetario, ¿sabemos aprobarlo y cuidarlo? Estamos en un vergel donde se dan todas las condiciones adecuadas para que gocemos de la felicidad y del placer, ¿hasta dónde sabemos aprovechar las condiciones que se nos han prestado cuando respiramos a Dios y a la Naturaleza? A Dios por la ciencia y la Naturaleza es el gran tesoro que podemos gozar viviéndolo con sencillez y alegría en el tiempo que se nos concede en nuestra corta estancia en la estamos de paso por el Planeta. Si sabemos abrir los sentidos de la intuición el trazo del Paraíso está a nuestro alcance, aunque tiene rosas y espinas, alegrías y dolor; un gran marco de cuestiones que son las que nos purifican y forjan al ser humano, pues venimos para educarnos y ser felices, ¿lo somos? Muchos son los interrogantes que tenemos que hacernos las personas que estamos de tránsito en este jardín, pues donde miremos vemos hermosura si la mirada es positiva y llena de bondad: ¡Gracias Madre Naturaleza por regalarnos tanta grandiosidad pues en todas partes estas tú Dios Mío! Esa gran entidad que llamamos Naturaleza Cosmos que está preñada de tantas cosas que desconocemos pero que son pura belleza, son un todo; y nosotros, las personas, solamente somos unos pequeños átomos que se nos ha concedido que ocupemos un pequeño espacio en el Planeta azul, y Tú Dios estás siempre presente hasta en la diminuta micra del espacio.

Cuando me pregunto ¿quién soy?, mi pequeñez desaparece en la Naturaleza y mi soberbia es la sombra de mi ignorancia que nubla lo poco que sé. Solamente si somos sencillos y humildes podemos penetrar en la Madre Naturaleza, en ese rincón de Dios Padre todo poderoso que nos vigila siempre, y nos da la fuerza de la comprensión para que amemos a todas las personas y a todas las cosas que Él ha creado. Que se manifieste en los corazones humildes el respeto a Dios a través de las cosas positivas en las personas, la naturaleza hará el resto, pues en ella solamente encontramos bondad y belleza. Que se abran las puertas de la intuición y que todos los corazones canten el himno de la Paz y de la alegría. La Madre Naturaleza con su manto nos protege y nos cuida, respetemos y cuidemos a la gran señora, ella es la única que tenemos y por lo tanto a ella nos debemos, ¡gracias señora! Son los signos de esta sociedad embravecida y desequilibrada la que nos trae los desequilibrios y enfermedades, los virus, que campan a sus anchas, obligándonos a llevar mascarillas, a guardar ciertas distancias entre las personas; hemos trastocado los cauces naturales y las enfermedades se pasean libremente en la sociedad, ¿qué nos está pasando? La locura y falta de respeto están desbocando la manada de los potrillos embravecidos que provocan enfermedades y sufrimiento. ¡Qué gran error y qué torpeza! Provocarnos el mal a nosotros mismos es una estupidez, si los tiempos cambian ¿por qué no cambiamos nosotros a mejor? Estamos al final de una etapa complicada llena de enfermedades y conflictos mundiales, ¿qué será lo próximo? Destapar las cajas de virus.

27.9.20. JT.D.                      

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